top of page

Mi primer hijo, Airam, nació de cesárea. Cuando volví a quedarme embarazada, las matronas con las que coincidí en el Centro de Salud me decían, que me fuera haciendo a la idea de que sería igual porque mi cuerpo era el mismo y si antes no había dilatado, esta vez tampoco lo haría.

¿Era esto cierto? ¿Éramos yo y mi cuerpo los mismos que entonces? ¿Todo lo que había vivido, no había cambiado nada?

 

Llegué al parto de Airam muy inocente, pensando que no dolería. Mi madre decía que yo nací muy rápido y fácil y pensé que el parto de mi niño, sería igual, que se me deslizaría y a mí no me dolería, sólo como la regla o un poquito más. No estaba preparada para el dolor y aunque durante el embarazo asistí a clases de yoga, cuidé mi alimentación, caminaba, nadaba, algo dentro de mí me había fallado, no me había dejado dar a luz de forma natural, aunque no por eso dejé de estar inmensamente feliz cuando vi a mi bebé y de agradecer en ese momento la cesárea que me “salvaba” de seguir sufriendo y a Airam de morir por sufrimiento fetal.

 

La vida me brindó la estupenda oportunidad de conocer algunas respuestas con mi amiga Yovanna que dio a luz en casa y quiso que yo estuviera con ella.

En el momento del parto Yovanna se transformó ante mis ojos. De repente, ya no era más una niña y de dentro de  ella surgían la fuerza, la madurez, la sabiduría como de todas las mujeres que habían dado a luz antes que ella y que ahora se reflejaba en su estar, en su entereza. Se había vuelto una mujer con una fuerza maravillosa cómo si todas esas mujeres hubieran venido a estar con ella, fueran también parte de ella. Ese día, comprendí por qué yo no había dilatado. Mi actitud ante el parto, era la de una niña asustada. Yo no había ayudado a Airam a nacer. Con cada contracción que tenía, cerraba fuerte las piernas en un intento de evitar el dolor, cerrándole así el paso. Esto y pensar que no podía, que no iba a poder. Me di cuenta de que este era el pensamiento que me dominaba “No puedo”, “No voy a poder”. Fue aquí donde comprendí que tenía mucho miedo, miedo de no poder, un miedo del que no era consciente entonces y apareció en ese momento ante mí tan claro.

En mi segundo embarazo, junto al camino de autoconocimiento y aprendizaje que ya hacía algunos años que había emprendido, sabía que era fundamental, además del ejercicio físico, trabajarme dentro esos miedos.

 

Hoy, quería hacer un llamamiento
a todas esas mujeres
que sé que están conmigo desde siempre.

A veces me gusta hablar conmigo.
Cierro los ojos y me imagino a la mujer que soy enfrente mío.
Desde todo mi ser, mi saber, mi sentir...
desde toda la experiencia de haber vivido muchos años, muchas vidas, me gusta hablarle (hablarme)
así le consuelo, le aliento y le doy ánimos,
le doy todo el amor y la ternura para que se sienta protegida
se sienta amada.

A veces me gusta,
mirarme desde fuera de mí, así de frente,
como si yo fuera otra que conozco tan bien porque soy yo misma.
Entonces miro hacia atrás y veo tras de mí
una fila interminable de rostros ancestrales de mujeres
que siento que están conmigo desde siempre.
Son todas esas mujeres, todos esos rostros surcados de arrugas, de sonrisas,
de ojos que han visto pasar la historia con ellas dentro
siendo piel con piel todas sentimiento dentro del vivir diario;
ojos que ven más allá de lo que miran, ven dentro, ven también lo mágico;
todas esas mujeres de trenzas en sus cabellos y pelo cano, de pechos grandes y regazo caliente que huelen a hogar,
a café y pan horneándose;
huelen a cabra, a monte, a leche y queso,
al sofrito de ajitos y cebolla, a potaje con gofio...

Son todas esas mujeres que siento están conmigo desde siempre, de muchas vidas,
animándome y ayudándome a encontrar el camino, 
dándome todo el cariño y la comprensión;
todas esas mujeres que desde algún lugar en la historia
tuvieron que hacer revolución
desde el calor de sus hogares o desde el ardor de sus
corazones
al desafiar a la mayoría y atreverse a mostrarse tal cual eran.
Una revolución a veces silenciosa, calladita, de poquito a poco...
una revolución que ni ellas sabían que estaban haciendo,
la de unos corazones pura magia de sentir tanto,
a veces también de palabras desenvainadas,
de lágrimas derramadas, de ruido y triunfos obtenidos.

Hoy quería hacer un llamamiento a ellas,
todas esas mujeres que siento que están conmigo,
con nosotras,
haciendo que no estemos nunca solas,
para que vengan a mí
y yo llegue a ser una mujer con la fuerza y el poder de todas dentro;
para que me alumbren este camino de transformación que se abre ante mí, 
de mujer a diosa,
y todas las fuerzas de la creación estén conmigo;
para que junto con toda la conexión que nos une por siglos a la madre tierra
sepa yo como encauzar toda esta energía
que como un sol bello, radiante, caliente
está creciendo dentro de mí, alrededor de mi bebé
y que me confunde y me llena de Amor, de risas de sueños...
de dudas, de miedos...
expandiéndose queriendo salir.

A todas ellas, las ancianas sabedoras, amorosas
conmigo a los lados del camino
AVANZA
Y luego, yo camine hacia adelante
más confiada y segura
sintiéndome más plena y consciente
más fuerte.

 

 

Comencé a hacer visualizaciones, me imaginaba a mí como una mujer poderosa, respirando, dando a luz a mi hijo, con la fuerza que había visto en mi amiga Yovanna. Tuve la suerte de ver un video de partos naturales donde se veía tan limpio, tan lindo el momento en que salía la cabecita del bebé que esto también me ayudó a la hora de visualizar. Mucho me inspiró una matrona mexicana que tuvo un parto precioso. Ella decía:

El cuerpo que ha creado a tu bebé, sabe cómo darlo a luz”.

 

Trabajé las afirmaciones:

¡Yo puedo!

Yo puedo dar a luz a mi hijo

Mi cuerpo sabe cómo dar a luz y yo soy capaz

Nada tengo que temer, la sabiduría de la vida se encarga de todo.

 

Las escribía, las pensaba, las respiraba muchas veces cada día. Así y todo, la noche del parto cuando bajaba a la Residencia y las contracciones comenzaban a apretar le dije a mi compañero:

 

- Por favor amor, dime un montón de veces que yo puedo, que voy a poder, que yo soy capaz.

 

Por un momento temí volver a mis antiguos pensamientos que me invalidaban. Llegué a la Residencia con el cuello borrado y un centímetro de dilatación nada más.

-Esto va para largo, está empezando, podrías irte para casa pero por tu antecedentes de cesárea urgente vamos a dejarte ingresada, por si acaso.- me dijeron

 

Dos horas más tarde nacía Samuel y aunque afuera las condiciones fueron muy desagradables (una matrona muy poco sensible, a mi compañero solo lo dejaron entrar al final, cuando ya empujando, mi cuerpo hacía por incorporarse me echaron de espaldas levantándome las piernas y gritándome que si quería matar a mi hijo y un montón de detalles más en lo que no voy a entrar pues habría material para otro artículo y hoy en día todo esto lo cuidan mucho más), yo viví el proceso de mi parto de forma muy bonita dentro de mí.

 

Fue todo el tiempo una lucha contra mis pensamientos negativos. Con cada contracción yo respiraba. A mi me sirvió la técnica de respiración circular y consciente aprendida en mis sesiones de Rebirthing. Me imaginaba a mi niño que hacía fuerzas por salir, hablaba con él, le pedía ayuda, sentía que él sabía cómo nacer. Yo me abría todo lo más que podía y me imaginaba a mi niño avanzando, con cada contracción estaba un poquito más cerca. Y pasaba la contracción, yo me relajaba y me sentía feliz, una menos. Yo voy a poder.

 

Hubo momentos de flaqueza en que mis antiguos pensamientos volvieron a mí. Llegaba una contracción y no puedo, no puedo, no voy a poder. Éstas contracciones dolían mucho más, parecían interminables y cuando acababan me quedaba un sentimiento depresivo de impotencia horrible, de tristeza, de creer que iba a morirme, que no iba a poder. Pero yo ya sabía que ésta no era la verdad. Sabía que las contracciones llegan con un dolor que viene y se va, y es un dolor que no me mata así que yo puedo, yo voy a poder. Volvía a conectarme con mi bebé, a imaginarme cómo, con cada contracción él estaba un poquito más cerca de mis brazos. Y respiraba, respiraba. Yo puedo, yo puedo, yo puedo y pasaba la contracción y de nuevo me sentía feliz, otra menos, yo puedo.

Pude comprobar el efecto que causaba en mí un pensamiento y otro. El pensamiento de “No puedo” me dejaba triste y deprimida. El pensamiento de “Yo puedo” me dejaba feliz y con fuerza. Empecé a no dejar entrar estos pensamientos negativos. Mi compañero no podía recordarme que yo podía porque no lo dejaban entrar y a mí no me quedó otra que dejar a un lado a la niña y sacar a la mujer en mí. Y yo puedo, yo puedo, yo puedo… muy abierta, respirando, imaginando como sale mi bebé. Ayudándolo a nacer con mi respiración, abriéndole el paso con mi respiración. Ser consciente de que con cada contracción él también sufría hacía que quisiera respirar más, yo no quería que él sufriera, yo quería ayudarlo a nacer, pensar en su dolor hacía que fuera menos el mío.

Cuando dos horas después de ser ingresada, empecé a tener una sensación muy extraña, las matronas no se lo podían creer cuando al explorarme me dijeron que había dilatado ocho centímetros y mi cachorrito ya estaba aquí, ya se le tocaba la cabecita.

Yo fui la primera sorprendida, a la vez que maravillada y agradecida.

Ya estaba aquí, tan rápido.

¡¡¡SI!!! ¡¡¡YO PUDE!!! ¡¡¡YO PUEDO!!! ¡¡¡BIEN!!! ¡¡¡GRACIAS!!!

Fue un sentimiento muy grande, muy hermoso de fuerza, de victoria, de triunfo de los pensamientos positivos contra los negativos.

La confianza había abierto el túnel que dejaba venir a Samuel a este mundo. Sentí que me había hecho grande, yo pude, yo puedo, y desde ese día, la mujer que soy tiene mucha más fuerza.

 

Desde el corazón de la tierra

me salía un rugido

que, pasando por mi vientre,

te ayudaba  a nacer.

 

Cuando te deslizaste

de entre mis piernas,

estabas resbaladizo como un pez,

sentí un amor muy intenso.

 

Salías de dentro de mí

y ese lugar que antes ocupabas tú

ahora se llenaba de Amor;

de un Amor que ahora venía a llenarlo todo.

 

Y era grande

más grande de lo que jamás imaginé

que pudiera sentir.

 

Tatiana Rodríguez

Los poemas “Quería hacer un llamamiento” y “Desde el corazón de la tierra” son del libro Los dioses me hicieron mujer de Tatiana Rodríguez

bottom of page